No importa cuánto te esfuerces por estrechar lazos. Ni el tiempo que decidas invertir en ellos. Todo podría resumirse en una sola palabra: Ganas. Ganas de verles y de sentir. De querer. Porque dos no pueden si uno no quiere. Y es que, tendemos a perder la mayor parte de nuestro tiempo en personas que no dan ni una cuarta parte de lo que tú das. Porque el darte de bruces una y otra vez contra la misma farola, incansable, ya comienza a doler. Y a veces, recibir siempre el mismo golpe hace que esa parte de cada uno de nosotros se vuelva insensible, haciéndote incapaz de sentir ni una mínima parte de lo que sentiste al recibir el primer golpe.
Es entonces cuando te cansas. Te cansas de dar y no recibir ni una mínima parte. Y te rindes. Te dedicas a matar el sentimiento o al menos lo poco que ya queda de él. Porque es lo mejor. Porque tú también te has perdido en cada intento. Y lo dejas ir.
Te das cuenta que has intentado retener algo que no estaba destinado a estar a tu lado. Te has esforzado y has dado lo mejor de ti hasta perderte a ti misma. Pero el tiempo pasa, y sólo a veces es tan traicionero que te hace flaquear y echar de menos. Aún así, no te alarmes. Porque al igual que te hace tener momentos de flaqueza, hay otros en los que te hace más fuerte. Y esas personas que un día lo fueron todo, han pasado a estar en tu lista de buenos -y a veces, malos- recuerdos.
No te empeñes en mantener a quién no está hecho para ti. Porque al principio duele, pero hay personas a las que es necesario dejarlas ir. Y es que, por injusto que parezca, en tu vida conocerás sólo a dos tipos de personas. Las que algún día echarás de menos. Y todas las demás.
Deja que los demás irrumpan en tu vida enseñándote que tú también mereces la pena. Deja que te sorprendan, y pongan tu vida patas arriba.