sábado, 10 de diciembre de 2011

Sigo sin entender.

Una vez más vuelves de la misma manera. Sigo sin entender cuántas lagrimas debes desperdiciar para ver que ese no es tu camino, no es el idóneo para ti.  Sabes de sobra que no hay mayor ciego que aquel que no quiere ver y tú sabes la respuesta para resolver tu problema. La cuestión es que no te es agradable y sabes que vas a sufrir más (o no, quién sabe).
Ya no soy quién te consuela. Veo tus ojos hinchados de tanto llorar y no eres capaz de mirarme a la cara, quizás porque ya sabes de sobra lo que te diría. La diferencia está en que ya me he rendido. Necesitas darte un golpe detrás de otro hasta ser capaz de reconocer que la mejor opción es la que llevo repitiéndote desde hace meses. Ahora tan solo te acaricio el pelo y te doy un poco de más valor para que sigas adelante. 

Respetaré tu decisión aunque no esté de acuerdo con ella. Y sé por qué lo hago. Quizás te comprenda mejor que nadie porque aunque seamos tan diferentes, sientes con la misma intensidad que yo. En algo teníamos que parecernos además de lo físico. Vas a intentar apurar hasta el último segundo para demostrar al mundo que tu decisión es la correcta y que lo haces porque crees que sin eso nada de lo que esté a tu alrededor tendría sentido. Serás incapaz de hacer daño porque temes perder lo que crees que es mejor para ti. ¿Ves? No es tan difícil entenderte.


El fallo está en que no, no es lo mejor para ti. Y en ocasiones es mejor hacer daño a que te lo hagan a ti de manera constante.

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