sábado, 5 de noviembre de 2011

Nada puede llegar a ser suficiente.

Conoces esa sensación. No sabes que decir, ni que preguntas inventar para que todo sea igual. Piensas que el fallo puede estar nuevamente en ti, sobre todo en esa imposibilidad de echar de menos. El sentimiento va y viene. En momentos puntuales piensas que puedes llegar a ser tan fría que nada para ti puede llegar a ser suficiente o más bien necesario. Otras, sin embargo, te sientes vulnerable, pequeña, cómo si necesitases un abrazo, de esos que por un momento te cortan la respiración pero que después se hace cálido y podrías tirarte horas sumida en ese abrazo.


Por primera vez sientes miedo. Pero es un miedo diferente: temes perderte a ti misma. Llegas a un punto en el que te cansas de luchar contra las manecillas del reloj para así evitar que surjan cambios en el tiempo y en las relaciones. Preferirías dejar que los acontecimientos siguieran su curso y que tú tan sólo fueses un mero espectador. Coger un paquete de palomitas y observar. Ver que las decisiones tomadas no tienen consecuencias y que sonreír es el mejor remedio.

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