Hojas y hojas llenas de media vida. Gran parte de ellas recogen todas aquellas preguntas que jamás obtuvieron respuesta y que nunca te atreviste a pronunciar en voz alta. Quizás por miedo o más bien por vergüenza. Detestabas admitir tus propias debilidades.
Entre esas hojas también hablabas de amor y desamor. En cómo empezaban las buenas historias y en cómo la tuya no terminaba con un "vivieron felices y comieron perdices". Relatabas con todo detalle lo corto que fue el camino de rosas y lo largo que te resultó el olvido.
Ves tu evolución y reconoces que ya apenas queda algo de esa chiquilla que jugaba a ser mayor antes de tiempo porque así la vida lo quiso.
Si estudiases una a una cada hoja de ese diario, cuatro hojas de cada cinco podían hablar de tus inseguridades y miedos, de cómo la vida te venía demasiado grande. Pero luego estaba esa quinta hoja que marcaba la excepción, ya que en ella hablaba cómo habías sido capaz de encontrar la solución idónea para solventar tus problemas o en cómo te hacías más fuerte con el paso del tiempo.
Quizás creas que ya queda poco de lo que eras. Lo que no debes olvidar jamás es que gracias a todo lo que escribiste en su día, a lo que viviste y de la forma en la que lo hiciste, ahora eres como eres.
Con un último pensamiento y dispuesta a irte ya a la cama piensas nuevamente en vuestra conversación de la pasada noche. Recuerdas lo que tenías, lo que eras y te haces consciente de cómo ahora nada es igual. Pero a pesar de ello te reconforta la idea de saber que le tienes a él. Que aunque a veces tengas la sensación de no pertenecer a ninguna parte, él siempre va a considerar que formas parte de su vida, y que lo demás no importa.
Si pereciera todas las demás cosas pero quedara él, podría seguir viviendo. Si, en cambio, todo lo demás permaneciera y él fuera aniquilado, el mundo se convertiría en un lugar extraño al que no querría pertenecer.
Perdemos gran parte de nuestro tiempo pensando en cómo los caminos que hemos elegido se han ido separando poco a poco. Vemos como las relaciones cambian. Unas se rompen y otras sin embargo quedan unidas por un tiempo más. Pero no para siempre.
Le damos vueltas y más vueltas a las posibles razones por las que ahora eres como eres e intentas entender por qué tu lista de amigos se ha visto reducida a una cantidad francamente pequeña.
Si piensas con el corazón sientes una pena inmensa. Por lo que fue y ya no es. Por todos los momentos vividos que ahora solo forman parte de tus recuerdos. Comienzas a revivir todas esas sonrisas, los momentos de alegría e incluso aquellos en los que sólo había dolor y lagrimas. Y conoces exactamente el momento exacto en el que todo empezó a cambiar, pero esta vez no hay marcha atrás.
Sin embargo, si piensas con la razón, esa pequeña lista de amigos son exactamente los que han sabido estar a tu lado a pesar del tiempo y la distancia. Crees que si el destino lo ha querido así debe ser por alguna razón. Quizás esas personas a las que tanto quisiste y que ya no están contigo en tu camino debían estar a tu lado solo y durante un periodo de tiempo para aprender de ellas, para crear recuerdos. Y las que ahora siguen contigo son las que verdaderamente merecen la pena.
Así que no te lamentes. Las cosas son así ahora por alguna razón.
Unos van y otros vienen. Puedo sorprenderme de la facilidad con la que una persona puede entrar en mi vida y cuando menos me lo espero ya no está. Puedo arrepentirme de haber sido un libro abierto para ti, de haber confiado plenamente en ti. No sé, una vez más fui esa niña inocente que creyó que estarías siempre, nos unía mucho más que una simple amistad, quizás ese fue el problema, ya que eras parte de mi familia: de ese pequeño y reducido número de personas a las cuales considero familia. Supiste hacerte con tu propio lugar en mi vida, aunque eso no es muy difícil o eso creo.
Debería arrepentirme de tantas cosas, debería no importarme. Existen tantos "debería" que son imposibles de contar, y aún así, a pesar de todo sigo sintiendo gratitud hacía a ti. Y se perfectamente las razones.
Puedo admitir que conoces partes de mi que a día de hoy nadie conoce. Me has visto en el peor de mis días y has sabido ser de ayuda para hacerme más fuerte. Podía encontrar en ti esa estabilidad que necesitaba esos días dónde parecía que no pertenecía a ninguna parte. Contigo era fácil reír en cualquier momento y en cualquier lugar. Así que, ¿cómo odiarte? ¿qué debo hacer para que dejes de importarme?
Llego a la conclusión de que pase el tiempo que pase, guardaré todos esos buenos recuerdos en alguna parte dónde jamás se pierdan. Al menos creo que eso te lo debo. Dejarás de importarme, lo sé, pero sólo y únicamente porque te has ido. Así que debes concederme al menos eso.
- ¿Qué significa eso? - ¿Qué significa eso? Significa que soy un idiota. Porque pensé por un segundo que no tendría que sentirme culpable nunca más. - ¿De qué estás hablando? ¿Culpable de qué? - De querer lo que quiero. - Damon... - No, lo sé, créeme, lo pillo. La chica de mi hermano y eso. No.. No, ¿sabes qué? Si me voy a sentir culpable por algo, me sentiré culpable por esto.
Te preguntas como es posible. Has pasado gran parte del día con una careta, de esas que tienen una sonrisa y que aunque vengan tiempos malos jamás te abandona, está ahí, inmóvil, persistente, duradera. Y a pesar de eso te cuestionas que es lo que falla para que ella pueda ver que tus ojos han perdido parte de ese brillo que tanto te caracteriza. No sabes decir con total claridad cuál ha sido el pequeño detalle que se te ha escapado en tu gran actuación del día, quizás hablar menos en la comida o simplemente no prestar atención a la televisión. Cualquier pequeño detalle fuera de tus acciones habituales, esos detalles que por lo general suelen alterar el estado general de toda tu casa no se encontraban presentes por ningún pequeño rincón de la habitación.
En tiempos de flaqueza es inevitable no sentir que eres la única que aún mantiene el sentimiento vivo, que eres incansable. Te preguntas sí algún día llegaras a rozar los límites, ese que te diga "basta, no sigas, déjalo estar". Reconoces que en ciertos casos puntuales, segundos tal vez, tu cabeza se encuentra exactamente en otra parte. En un lugar mejor, en el lugar en el que querrías estar, en ese en el que se produjese una llamada o tan solo una señal. Algo que te permitiese el lujo de sonreír, de sentir eso que llaman felicidad.
Después llega el momento que no quieres. El momento de despertar, de ver que tan solo soñabas despierta. Porque tienen razón aquellas personas que dicen que cuando más deseas algo, jamás ocurre.
Sin embargo, contra todo pronóstico, a veces ocurre. Así, sin más. Sin previo aviso. ¿Y sabes qué? Es entonces cuando verdaderamente rozas la felicidad aunque sólo sea durante un pequeño instante. Es mejor cuando el sentimiento surge de forma inesperada y no por obligación. Así siempre sabrás que ha sido de corazón.
Te ves reflejada en el cristal. Por un instante no te reconoces ya que llevabas varios días planteándote si habías elegido el camino correcto, si eso de lo que te habías convencido tiempo atrás era lo que realmente llenaba tu vida o simplemente era una idea que habías aprendido a aceptar porque desde una perspectiva objetiva era lo mejor para ti.
Quizás necesites un par de razones más para creer en tu decisión o no. Quizás lo único que necesitas es que el tiempo avance. Sólo así podrás saber si te equivocaste o realmente encontraste tu verdadero lugar en el mundo.