domingo, 24 de abril de 2011

No es una solución, pero sí un remedio.

Regresas con un nudo en la garganta. Con deseos de llegar a tu cama y tumbarte. Aunque eso provoque que tu cabeza empiece a pensar. Y le des vueltas a lo mismo. Quieres esconderte bajo una manta como hacías cuando eras pequeña y tenías problemas. Cómo si eso fuese a salvarte de tus propios miedos. Sonríes con amargura al recordar esos momentos. Así eras, y sigues manteniendo ese pensamiento de ti. Nunca supiste afrontar las cosas. Preferías esconderte y no escuchar. Hacías que tu imaginación volase hacia lugares nunca vistos, lugares que solo tú conocías porque esa era la única forma con la que lograbas no pensar. Y ahora quieres volver a hacer lo mismo, pero esta vez no lo consigues. Esta vez quieres derrumbarte y echarlo todo afuera. Venga, llora. ¿De que sirve hacerte la fuerte? Nunca lo has sido, no te engañes. Así que, aprovechando ese sentimiento dejas que las lagrimas empiecen a caer sobre tus mejillas. Una tras otra. No es una solución, pero sí un remedio. Un remedio para quitarte todo lo que llevas aguantando mucho tiempo. Consigues deshacerte de ese pesar hasta cierto punto. Logras llorar en silencio, como siempre, para que nadie te escuche.  Y luego te levantas una vez más de tu cama y te miras al espejo. Te quitas las lagrimas de más, esas que quedaron últimas y que no llegaran a tocar jamás tu almohada


Lo cierto es que lo necesitabas. También un abrazo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario