Ahora tan solo te rodean cuatro paredes blancas. Sin recuerdos, sin emoción alguna. Te hace sentir un poco vacía e incluso se podría decir que un poco sola. Te acompaña un viejo radiocasete que en ocasiones enciendes para escuchar la radio, pero eso solo si consigues encontrar la emisora que más te gusta y tu cámara de fotos con la que logras plasmar aquellos momentos que quieres guardar para siempre.
Te tumbas sobre la cama y te haces consciente de que llevas días en los que muchas ideas rondan constantemente en tu cabeza. No consigues dejar de darle vueltas. Llega incluso al punto de agobiarte en ocasiones. Y a veces... tienes miedo de llegar a explotar. Estás rozando el límite de tu paciencia. Ves y oyes cosas que no dejan de desagradarte y que no quieres que formen parte de ti. Sólo es en ese momento cuando desearías ser de otra forma. Ser de esas personas que dicen las cosas sin pensar en las consecuencias y que tan solo piensan en uno mismo. Lástima, tú no eres así. Te callas y la mejor opción sigue siendo la de ser el pañuelo de todos excepto de ti misma. Porque cuando tu lo necesitas eres incapaz de consolarte. Sólo lloras y lloras. En silencio, para que nadie más lo sepa, sólo tú.
Antes de adentrarte en tu primer sueño de la noche, aparece un último pensamiento. Quieres darle color a las paredes que te rodean. Quizás de esa forma consigas borrar una anterior etapa y empezar una nueva. Una en la que tú seas la que decidas qué camino tomar y con quién estar. Sí, será un color bonito y que se acerque más a tu personalidad. Quieres guardar parte de tu infancia, de todo lo anterior, pero es cierto que ya va siendo hora de hacerle hueco a lo que está llegando ahora, a lo que llegará en un futuro.
Minutos después... comienzas el primer sueño de la noche.
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