lunes, 11 de julio de 2011

Cueste lo que cueste.

Te gustaría poder ir, verle y decirle que todo va a salir bien. Con una fuerte determinación. Con seguridad. Sin embargo, eres cobarde. Deshaces el pensamiento de estar a su lado por no ver el miedo reflejado en sus ojos, el temor a la perdida, el gran dolor que ahora mismo habita en su corazón. 
Piensas en su situación, en cómo debe estar pasando estos momentos. Estas en tu habitación perdiendo las horas pensando en ella porque sabes como está sin necesidad de verle. Recuerdas perfectamente ese día. No dejabas de llorar ante la impotencia de no poder hacer nada por ella. Eras incapaz de poder decir una frase en condiciones entre tanto sollozo. Y ese es de nuevo tu miedo. Ir, supone muchas cosas, y una de ellas es eso, ver de nuevo su estado, cada vez más deteriorado y sin fuerzas. 

Ojalá todo fuese diferente. Vuestro lazo nunca fue el más fuerte por la distancia. Lo sabes bien. Pero en estos momentos, eso es lo que menos te importa. Quizás ya va siendo hora de ir reforzándolo. 

Sabes que al final acabaras yendo. Te conoces demasiado bien. Sentirás su dolor como si fuera tuyo. Y entre tantas lagrimas, harás lo posible por hacerle sonreír. Cueste lo que cueste, como aquel día.


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