Sacas las fuerzas de donde hagan falta. Reaccionas, te da igual el tiempo y el lugar. Te da igual todo. Te mueves por una serie de impulsos, porque no es momento de pararse a pensar en que hacer. No te lo puedes permitir. Lo mejor de todo es que a pesar de que te has movido por una serie de estímulos, actúas con seguridad, no hay atisbo de duda.
Luego llega la calma, el color de tus mejillas vuelve a ser el mismo. Y el miedo va desapareciendo poco a poco. Tan solo temías vértelas sola. Y cuando todo vuelve a la normalidad, solo tienes un único pensamiento: "no me dejes nunca".
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