Pantalón corto. Camiseta veraniega y chanclas. Dispuesta a disfrutar de los pocos días que te quedan de verano. De repente, sientes una brisa fresca. Uhm, otoño. Se acabaron los días de ese calor asqueroso que provocaban que te encerrases en tu casa hasta las 7 de la tarde (y en ocasiones incluso más) queriendo comer a todas horas helado de kinder o tiramisú.
Un día gris donde es imposible poder divisar el sol. Te encanta. Incluso es posible que llueva y deje el suelo en su punto exacto. Adoras el olor a tierra mojada. Da un aspecto diferente a todo lo que te rodea, se puede respirar mejor.
Llegas a casa con frío. Frío, por fin. Estás tumbada en el sofá y sientes la necesidad de taparte con algo porque aún sigues teniendo los pantaloncillos cortos de estar por casa. Luego más tarde sabes que tienes que volver a salir a la calle. Esta vez decides optar por una mezcla extraña de ropa: una sudadera y un pantalón corto.
Sonríes y disfrutas como una niña chica ya que mientras el resto del mundo anda quejándose del día nublado y del frío que hace, tú te encuentras en el mejor día.
Y no porque te guste el otoño,
sino porque ese frío significa que queda menos para el invierno.
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