Fue cómo si un jarro de agua fría se precipitase sobre tu rostro a las 7 de la mañana cualquier día de invierno. Una verdad tras otra y aún así buscabas poder contraatacar con la respuesta más ingeniosa posible a pesar de la hora que era. Sabías que llevaba parte de razón pero también sabías que iba a ser imposible que él cambiara de opinión. Tenía claro sus pensamientos igual que tú los tuyos. Una lucha para ver cuál de los dos podía llegar a ser el más tozudo.
Sus palabras se repetían en tu cabeza a medida que las pronunciaba. Te hizo sentir pequeña en comparación a como siempre te sueles sentir. Siempre teniendo que tomar decisiones a cada instante desde que eras pequeña, cosa que jamás te correspondía. Y ahora él te estaba dando lecciones de vida, de una vida que él ni siquiera ha vivido una mínima parte. Quizás por eso te cabreaba tanto oír sus palabras de mayor. Porque las grandes decisiones las tomaste tú cuando tan solo eras una cría la cual aún pensaba en jugar con muñecas y juguetes.
A pesar de exponer tus argumentos y de crecerte a medida que ibas diciendo todo lo que se te venía a la mente, él se negaba a ver que tus palabras tenían un mínimo de razón. Y tú aún así, sabías que tus palabras resultaban muy comprensibles aunque él no lo entendiese. No sabes por qué decidiste hablar esa noche con él. Quizás porque a veces solo encuentras consuelo en él o ves que es la única persona que nunca te va a delatar. Un pensamiento totalmente neutral. Objetivo. Sí, eso buscabas. Objetividad. Algo que fuera más allá del corazón. Porque bien sabes que el corazón lo único que consigue en esos momentos es hacerte frágil. La fortaleza fortalece y la debilidad debilita. Y el corazón es tu debilidad. Siempre te gustó dejarte llevar por los pensamientos lógicos para así medir cada paso con objetividad por el simple hecho de hacer las cosas bien y si por cualquier motivo cometes un error no tener que dar la excusa de que te dejaste llevar por un impulso del corazón.
Quizás, él esa noche te vio más frágil de lo que sueles mostrarte. Siempre dura y sin soltar una lágrima para así evitar que él sepa que tú también lo pasas mal en determinados momentos y que no todo te resbala como quieres aparentar.
Pero sabes que él no es el único capaz de romper las paredes de tu burbuja.
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