viernes, 2 de septiembre de 2011

Pide un deseo.

No lo digas muy alto, que nadie excepto tú pueda escucharte. Lo que acabas de ver es una estrella fugaz. Rápido, pide un deseo. Antes de que ésta pueda perderse y no pueda oírte. Tan pronto como piensas en un deseo, lo lanzas al cielo pero en silencio.
Esperas con toda tu alma que ese deseo pueda llegar a cumplirse. Es inocente creer en algo así, pero es hermoso. Un cielo cubierto de estrellas y una playa solitaria. Te sientes pequeña en este mundo de gigantes. Quieres soñar que puedes ser grande, conseguir todas tus metas y llegar a ser lo que tanto has anhelado siempre. 
Pero ese deseo que has pedido a tu estrella no tiene nada que ver contigo, sino con otra persona. Ya que te han dado la oportunidad de soñar no has querido que sea algo para ti, sino para alguien que quieres.

Después de pedir tu deseo, cierras los ojos para abrirlos minutos después y volver a contemplar el cielo estrellado. Cada vez lo ves más bonito. Y piensas en que años atrás tenías la oportunidad de disfrutar de momentos así mucho más a menudo. Es entonces cuando agradeces esta nueva oportunidad. Respirar aire limpio, oler la brisa del mar, sentir por fin un poco de frío después del inmenso calor del verano y ver como una nueva estrella lleva tu nombre como en otros tiempos atrás.



Infinidad  de estrellas, una playa solitaria y .

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